FABRIZIO ARRIETA

Que el fin del mundo me pille pintando
solo exhibition
oct 22 / 2022 - ene 07 / 2023












Photos: Raphael Salazar




Don't you sometimes feel like escaping the fetid physicality of life and entering a different kind of existence? This show by Fabrizio Arrieta invites you to do so, and then pulls the rug from under your feet. Slices of digital elegance fly about as if in ecstasy or apocalypse. Pixels buzz and splatter, their dissonance sublimated in pigment. Our gazes trip until they end up dancing to the rhythm of the collective subconscious and the cosmos. Synthetic and minimalistic elements take the form of stellar explosions and black holes. Surrealist and cubist qualities—a delicate balance of totemic shapes like that of Yves Tanguy, a sharp, tropical vibration like that of Wilfredo Lam—show up transfigured.

Thus, Arrieta employs the age-old strategy of using elements of the dominant culture to create transformative expressions that defy that dominance. As with the creations of the Congo culture, with their fabric scraps, frenetic movement, and bits of broken mirrors, the result disorients and fascinates, seduces and confuses. Everything leaps or subtly shifts. Not even the floor remains stable. Someone who doesn’t recognize this subversive language might only perceive it as aesthetic play, but it actually performs magical functions.

In The Painter and the Door (El pintor y la puerta) the painting reveals itself as an illusory entrance, and the real artwork as something we have yet to see—possibly because it isn’t visible in the way that we expect. One of its magical functions might be to warn us, with its labyrinths, obstructions and absence of exteriors, that we are trapped, unable to leave fabricated perceptions. These huge canvases, very close to each other, evoke the immersive experience of putting on a VR headset and walking into not-quite-optimized scenes that nonetheless bewitch. This alludes to a society so attached to the latest fashions that it prances gladly into a digitality that blows it to pieces. Perhaps, as the title of the exhibition suggests, the end of the world has caught him painting and these works portray that very occurrence. Picturing that possibility accentuates the contrast between the day-to-day labor of painting and the extravagance of that which is painted.

Encountering portraits is a surprise after the absence of distinguishable faces in the other paintings. They evoke the demon guardians at the entrance of Tibetan temples: scary and at the same time beckoning with games of color and form. These characters´ cold indifference intimidates as much as the direct defiance of those demon guardians. They magnetize and frighten, monsters that appear composed of comets, flowers and porcelain.

The works in this exhibition are aesthetic delights and endlessly engaging compositions. At the same time, they are talismans that force us to question our values and conceptions of what is beautiful and good. They invite us, not into exclusive interiors but rather into life itself, to experience it anew.





¿No te provoca, a veces, salirte de la fétida materialidad de la vida y entrar a otro tipo de existencia? Esta exposición de Fabrizio Arrieta nos invita a hacerlo, y luego nos jala la alfombra de abajo de los pies. Vuelan rebanadas de elegancia digital, como en éxtasis o apocalipsis. Pixeles zumban y se salpican, sus disonancias sublimadas en pigmento. Nuestras miradas se tropiezan hasta terminar danzando al ritmo del subconsciente colectivo y del cosmos. Elementos sintéticos y minimalistas toman la forma de explosiones estelares y agujeros negros. Cualidades surrealistas y cubistas—un delicado balance de formas totémicas como el de Yves Tanguy, una vibración filosa y tropical como la de Wifredo Lam—aparecen transfiguradas.

Así, Arrieta pone en uso la estrategia milenaria usar elementos de la cultura dominante para crear expresiones transformativas que desafían esa dominancia. Como en las creaciones de la cultura congo— con sus retazos de tela, movimientos frenéticos, y pedacitos de espejos rotos—el resultado desorienta y deslumbra, seduce y confunde. Todo salta o se desplaza sutilmente. Ni siquiera el piso se mantiene estable. Alguien que no reconoce este lenguaje subversivo podría percibirlo solamente como un juego estético. Sin embargo, también tiene metas mágicas.

En El pintor y la puerta, la pintura misma se nos revela como una entrada ilusoria, y la verdadera obra como algo que aún no hemos visto—quizás porque no es visible de la manera en que lo esperamos. Una de sus metas mágicas puede que sea advertirnos, con sus laberintos, obstrucciones y ausencia de exteriores, de que estamos atrapados, sin poder salir de percepciones fabricadas. Estos enormes cuadros, muy próximos los unos a los otros, evocan la experiencia inmersiva de ponerse un casco VR y entrar a escenas aun-no-optimizadas que sin embargo hechizan. Alude a una sociedad tan apegada a las nuevas modas que brinca alegre hacia una digitalidad que la vuela en pedazos. Quizás en cierto sentido el fin del mundo ya lo pilló pintando y estos cuadros retratan ese mismo suceso. Imaginar esa posibilidad resalta el contraste entre la labor cotidiana de pintar y la extravagancia de lo pintado.

El encuentro con los retratos sorprende tras la ausencia de rostros distinguibles en los demás cuadros. Son similares a los demonios guardianes a la entrada de templos tibetanos: asustan y a la vez envuelven en juegos de color y forma. La fría mirada de estos personajes es tan intimidante como el desafío directo de esos demonios guardianes. Magnetizan y ahuyentan a la vez, monstruos que parecen compuestos de cometas, flores y porcelana.

Las obras de esta exposición son deleites estéticos y composiciones de inagotable interés visual. A la vez, son talismanes que nos fuerzan a cuestionar nuestros valores y concepciones de lo que es bello y bueno. Nos invitan a entrar, no a interiores exclusivos, sino a la vida misma, a verla con una nueva mirada.

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