Los guatemaltecos tenemos, por naturaleza o por defecto, una relación muy complicada con el país. Por un lado, está la idea –o el recuerdo o la fantasía– de la “eterna primavera”, el segundo lago más bonito del mundo, el corazón del mundo maya y el tercer mejor alcalde de occidente. Por otro, están la violencia, la pobreza, la corrupción, las maras, los agujeros abismales en plena calle, las lluvias de arena negra y cuanto problema socio-político pueda imaginar la ilimitada mente humana. Esto hace que la población quiera y odie al mismo tiempo a su país. Quien dice amarla no hace sino criticar, por ejemplo, el “carácter” de la población o al político de turno, con una mezcla de indignación y desidia. Mientras quien declara sin ambages sentimientos de odio, no puede sino volver continuamente a una tierra que siente como propia y que aprendió a querer, así sea en secreto, a pesar de las dificultades.

Por un lado, en décadas reciente el arte latinoamericano centro su atención sobre innumerables problemas socio-políticos que amenazaban sus estabilidad y desbordaban sus fronteras. No obstante, en Guatemala esto a comenzado a cambiar, no porque el país haya mejorado o los artistas dejado de reaccionar ante un contexto confuso y disparatado, sino porque el modo mismo de producir arte está experimentando un vasto proceso de transformación. La denuncia está dando paso a otros mecanismos de exploración, reflexión y representación y los temas sociales habituales ocupan cada vez menos el primer punto en la agenda de artistas y profesionales. Además, la moda ha comenzado a reemplazar al desnudo y la ironía a la denuncia. Aún así, el arte que hoy se produce en Guatemala todavía responde, en buena medida al agitado entorno social, político y cultural, cuya compleja trama subyace en los trabajos que forman esta exposición. Pero lo hace en un contexto en el que se surgen discusiones cada vez más amplias y fecundas sobre el arte, mientras las estrategias formales y conceptuales se desplazan de lo crudo hacia lo sutil.

Por un lado, la muestra ofrece un acercamiento a la doble moral o ambigüedad que caracteriza al guatemalteco medio, pero también a los nuevos mecanismos creativos de los artistas y a las nuevas generaciones, conjugando aspectos éticos con estéticos. Por otro, da cuenta de los vínculos entre el país –en tanto entidad geográfica, institucional, simbólica- y su gente, que generan una relación peligrosa y conflictiva, de la cual el arte produce un retrato transversal, inquietante y revelador. Me Asusta Pero Me Gusta reúne trabajos de algunos de los artistas más activos de la escena contemporánea guatemalteca, que se relacionan entre sí a partir de las innumerables paradojas y contradicciones propias de la idiosincrasia guatemalteca. Las obras reflejan maneras ambiguas y a veces contradictorias de entender el entorno, quizás porque –como apuntamos al principio– se originan en sentimientos encontrados respecto del país. y proponen modelos renovados de operar en el medio del arte. Más allá de la herencia de una clara conciencia crítica, prevalece hoy entre muchos de estos artistas un acercamiento negociador, irónico y a veces naïve. Puede ser un recurso para sobrellevar y sobreponerse a una realidad convulsa, o quizás simplemente un síntoma de que los guatemaltecos hemos aprendido a reírnos de nosotros mismos.

Emiliano Valdés